Los mecanismos de defensa son procedimientos que el
yo pone en marcha para evitar la realización de impulsos internos o protegerse
de estímulos externos que siente como amenaza. El psicoanálisis, y en general
las escuelas dinámicas de psicología, entienden la estructura psíquica como un
sistema de fuerzas, equilibradas, en parte, por los mecanismos de defensa.
La
instancia yoica (del yo) necesita realizar un trabajo permanente para mantener
el control sobre el conjunto del aparato psíquico y su capacidad de acción. Con
ese fin, las defensas actúan sobre los impulsos instintivos de naturaleza
inconsciente procedentes del ello, modificándolos, así como sobre los afectos
displacientes resultantes del contacto con el mundo exterior.
Las defensas se suelen dividir en:
defensas exitosas, que consiguen el cese del impulso o afecto que se rechaza, y
defensas ineficaces, que obligan a una repetición o perpetuación del proceso.
En realidad, la línea de demarcación entre unas y otras es muy sutil. Mientras
que en las primeras el impulso inconsciente es modificado por la acción del yo,
en las segundas dicho impulso irrumpe bajo una forma deformada contra la
voluntad del yo, por el cual no es reconocido. Las defensas patógenas
constituyen la base de las neurosis. Sin embargo, conviene precisar que entre
los mecanismos de defensa propios de un yo sano y los síntomas reactivos del
neurótico no existe una separación tajante.
Las
defensas exitosas reciben el nombre genérico de sublimaciones y abarcan diversas
fórmulas en las que, bajo la influencia del yo, el fin o el objeto del impulso
se modifican sin producir por ello un bloqueo de la descarga impulsiva. En la
sublimación el impulso originario desaparece porque pierde su energía en
beneficio de la carga o catexis de su sustituto.
Por
el contrario, en las defensas denominadas patógenas, la libido del impulso
originario sólo puede ser mantenida a raya mediante una carga opuesta o
contracatexis. En consecuencia, los instintos rechazados no se transforman en
algo diferente, sino que su descarga es bloqueada, con lo que se mantienen en
el inconsciente inalterados y desconectados del resto de la personalidad. Entre
tales mecanismos de defensa cabe incluir la negación, la proyección, la
introyección, la represión, la formación reactiva, la anulación, el aislamiento
y la regresión.
La negación designa la tendencia a desconocer las realidades
displacientes en virtud de la vigencia del principio del placer. Dicha
tendencia encuentra como adversarios naturales las funciones normales de la
percepción y la memoria. Un ejemplo común son las afirmaciones tajantes del
neurótico previniendo de antemano sobre lo que ‘no’ significa determinado
síntoma.
La proyección constituye un derivado de la primera negación infantil, la
que consiste en ‘escupir’ —poniendo distancia entre la fuente de displacer y el
yo. En la proyección, el impulso censurable, en lugar de ser percibido en el
propio yo, es atribuido a otra persona. También las amenazas que se perciben en
el interior se transforman imaginariamente en peligros de naturaleza externa.
De manera inversa, la introyección consiste en la incorporación de algo
exterior como si perteneciera al yo.
Para la teoría freudiana la represión constituye el mecanismo clave de la
estructura psíquica. Designa el olvido o la supresión de las representaciones
ideacionales de impulsos internos o hechos externos asociados de modo simbólico
a exigencias instintivas censurables. Cabe destacar que, debido a los
mecanismos asociativos inconscientes, el objeto de la censura represiva lo
constituyen no sólo los impulsos indeseados, sino todo elemento psíquico
susceptible de convertirse en una alusión a los mismos (represión secundaria).
Un ejemplo típico es el olvido tendencioso de un nombre o una intención. Para
el paciente, excluir de la conciencia tales datos tiene el propósito de
aminorar sus efectos reales, así como el dolor que supondría darse cuenta de
ellos. No obstante, lo reprimido continúa en vigor, manteniendo su acción desde
el inconsciente. Esto da origen a conflictos siempre que aparezcan experiencias
nuevas que posean alguna vinculación con lo reprimido, generando, por un lado,
ideas y sentimientos de carácter compensatorio a los que el neurótico se aferra
con obsesión (recuerdos encubridores), o lagunas en la memoria por efecto de la
represión. Como ésta sólo es posible mediante continuas contracatexis,
disminuye las energías del sujeto para cualquier otra actividad; el neurótico
consume sus fuerzas en mantener sus represiones (fatiga neurótica).
La formación reactiva designa ciertas actitudes constreñidas y rígidas
que dominan el conjunto de la personalidad y que aparecen en oposición a
impulsos contrarios cuya realización tratan de evitar. Como ejemplo, el afán
compulsivo de limpieza y orden, cuya índole reactiva se delata tanto por su
obsesividad como por la ocasional irrupción de episodios opuestos de desorden y
suciedad. En cuanto a la anulación, son acciones que conjuran real o
simbólicamente un acto anterior, como en los síntomas que figuran una
expiación. En el mecanismo del aislamiento, el sujeto no ha olvidado sus
traumas patógenos, pero ha perdido la huella de sus conexiones con el conjunto
de la personalidad y su significado emocional. Finalmente, la regresión y la
fijación hacen referencia a la tendencia a retornar a fases del desarrollo
psicosexual en apariencia superadas.
Aunque el descubrimiento de los mecanismos de defensa se debió a los
trabajos seminales de Sigmund Freud, la tematización clásica de los mismos
tiene su mayor desarrollo en autores como Otto Fenichel, Anna Freud y los
llamados ‘psicoanalistas del yo’. Hay que insistir en que distintas escuelas de
psicoanálisis hacen valoraciones dispares en cuanto al grado de salud o
patología implicado por el uso de estos mecanismos, que son comunes a todos los
individuos.
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