TODO aquel que haya buceado en las
obras de Estética y de Psicología a la rebusca de una aclaración sobre la
esencia y las relaciones del chiste, habrá de confesar que la investigación
filosófica no ha concedido al mismo hasta el momento toda aquella atención a
que se hace acreedor por el importante papel que en nuestra vida anímica
desempeña. Sólo una escasísima minoría de pensadores se ha ocupado seriamente
de los problemas que a él se refieren. Cierto es que entre los investigadores
del chiste hallamos los brillantes nombres del poeta Jean Paul (Richter) y de
los filósofos Th. Vischer,
Kuno Fischer y Th. Lipps; mas también todos estos autores
relegan a un segundo término el tema del chiste y dirigen su interés principal
a la investigación del problema de lo cómico, más amplio y atractivo.
La literatura existente sobre esta
materia nos produce al principio la impresión de que no es posible tratar del
chiste sino en conexión con el tema de lo cómico.
Según Th. Lipps (Komik und Humor
1898), el chiste es «la comicidad privativamente subjetiva»; esto es, aquella
comicidad «que nosotros hacemos surgir, que reside en nuestros actos como
tales, y con respecto a la cual nuestra posición es la del sujeto que se halla
por encima de ella y nunca la de objeto, ni siquiera voluntario» (pág. 80).La
siguiente observación aclara un tanto estos conceptos; se denomina chiste «todo
aquello que hábil y conscientemente hace surgir la comicidad, sea de la idea o
de la situación» (pág. 78).
K. Fischer explica la relación del
chiste con lo cómico por medio de la caricatura, a la que sitúa entre ambos
(Über den Witz, 1889). Lo feo, en cualquiera de sus manifestaciones, es objeto de
la comicidad.«Dondequiera que se halle escondido, es descubierto a la luz de la
observación cómica, y cuando no es visible o lo es apenas, queda forzado a
manifestarse o precisarse, hasta surgir clara y francamente a la luz del día…
De este modo nace la caricatura» (pág. 45). «No todo nuestro mundo espiritual,
el reino intelectual de nuestros pensamientos y representaciones, se desarrolla
ante la mirada de la observación exterior ni se deja representar inmediatamente
de una manera plástica y visible. También él contiene sus estancamientos,
fallos y defectos, así como un rico acervo de ridículo y de contrastes cómicos.
Para hacer resaltar todo esto y someterlo a la observación estética será
necesaria una fuerza que sea capaz no sólo de representar inmediatamente
objetos, sino también de arrojar luz sobre tales representaciones,
precisándolas; esto es, una fuerza que ilumine y aclare las ideas. Tal fuerza
es únicamente el juicio. El juicio generador del contraste cómico es el chiste,
que ha intervenido ya calladamente en la caricatura, pero que sólo en el juicio
alcanza su forma característica y un libre campo en que desarrollarse» (pág.
49).
Como puede verse, para Lipps es la
actividad, la conducta activa del sujeto, el carácter que distingue al chiste
dentro de lo cómico, mientras que Fischer caracteriza el chiste por la relación
a su objeto, debiendo considerarse como tal todo lo feo que en nuestro mundo
intelectual se oculta. La verdad de estas definiciones escapa a toda
comprobación, y ellas mismas resultan casi ininteligibles, considerándolas,
como aquí lo hacemos, aisladas del contexto al que pertenecen. Será, pues,
preciso estudiar en su totalidad la exposición que de lo cómico hacen estos
autores para hallar en ella lo referente al chiste. No obstante, podrá
observarse que en determinados lugares de su obra saben también estos
investigadores indicar caracteres generales y esenciales del chiste, sin tener
para nada en cuenta su relación con lo cómico.
Entre todos los intentos que K.
Fischer hace de fijar el concepto del chiste, el que más le satisface es el
siguiente: «El chiste es un juicio juguetón» (pág. 51). Para explicar esta
definición nos recuerda el autor su teoría de que «la libertad estética
consiste en la observación juguetona de las cosas» (pág. 50). En otro
lugar (pág. 20) caracteriza Fischer la
conducta estética ante un objeto por la condición de que no demandamos nada de
él; no le pedimos, sobre todo, una satisfacción de nuestras necesidades, sino
que nos contentamos con el goce que nos proporciona su contemplación. En
oposición al trabajo, la conducta estética no es sino un juego. «Podría ser que
de la libertad estética surgiese un juicio de peculiar naturaleza, desligado de
las generales condiciones de limitación y orientación, al que por su origen
llamaremos `juicio juguetón'». En este concepto se hallaría contenida la
condición primera para la solución de nuestro problema, o quizá dicha solución
misma. «La libertad produce el chiste, y el chiste es un simple juego con
ideas» (pág. 24).
Se ha definido con preferencia el
chiste diciendo que es la habilidad de hallar analogías entre lo desparejo;
esto es, analogías ocultas. Juan Pablo expresó chistosamente este mismo
pensamiento: «El chiste -escribe- es el cura disfrazado que desposa a toda
pareja», frase que continuó Th. Vischer, añadiendo: «Y con preferencia a
aquellas cuyo matrimonio no quieren tolerar sus familias». Mas al mismo tiempo
objeta Vischer que existen chistes en los que no aparece la menor huella de
comparación, o sea de hallazgo de una analogía. Por tanto, define el chiste,
separándose de la teoría de Juan Pablo, como la habilidad de ligar con
sorprendente rapidez, y formando una unidad, varias representaciones, que por
su valor intrínseco y por el nexo a que pertenecen son totalmente extrañas unas
a otras. K. Fischer observa que en una gran cantidad de juicios curiosos no
hallamos analogías, sino, por el contrario, diferencias, y Lipps, a su vez,
hace resaltar el hecho de que todas estas definiciones se refieren a la cualidad
propia del sujeto chistoso; pero no al chiste mismo, fruto de dicha cualidad.
Otros puntos de vista, relacionados
entre sí en cierto sentido, y que han sido adoptados en la definición o
descripción del chiste, son los del contraste de representaciones, del «sentido
en lo desatinado» y del «desconcierto y esclarecimiento».
Varias definiciones establecen como
factor principal el contraste de representaciones. Así, Kraepelin considera el
chiste como la «caprichosa conexión o ligadura, conseguida generalmente por
asociación verbal, de dos representaciones que contrastan entre sí de un modo
cualquiera». Para un crítico como Lipps no resulta nada difícil demostrar la
grave insuficiencia de tal fórmula; pero tampoco él excluye el factor
contraste, sino que se limita a situarlo, por desplazamiento, en un lugar
distinto. «El contraste continúa existiendo; pero no es un contraste
determinado de las representaciones ligadas por medio de la expresión oral,
sino contraste o contradicción de la significación y falta de significación de
las palabras» (pág. 87). Con varios ejemplos aclara Lipps el sentido de la
última parte de su definición: «Nace un contraste cuando concedemos… a sus
palabras un significado que, sin embargo, vemos que es imposible concederles».
En el desarrollo de está última
determinante aparece la antítesis de «sentido y desatino». Lo que en un momento
hemos aceptado como sensato se nos muestra inmediatamente falto de todo
sentido. Tal es la esencia, en este caso, del proceso cómico (págs. 85 y siguientes).
«Un dicho nos parece chistoso cuando le atribuimos una significación con
necesidad psicológica y en el acto de atribuírsela tenemos que negársela. El
concepto de tal significación puede fijarse de diversos modos. Prestamos a un
dicho un sentido y sabemos que lógicamente no puede corresponderle. Encontramos
en él una verdad, que luego, ciñéndonos a las leyes de la experiencia o a los
hábitos generales de nuestro pensamiento, nos es imposible reconocer en él. Le
concedemos una consecuencia lógica o práctica que sobrepasa su verdadero
contenido, y negamos enseguida tal consecuencia en cuanto examinamos la
constitución del dicho en sí. El proceso psicológico que el dicho chistoso
provoca en nosotros y en el que reposa el sentimiento de la comicidad consiste
siempre en el inmediato paso de los actos de prestar un sentido, tener por
verdadero o conceder una consecuencia a la consciencia o impresión de una
relativa nulidad».
A pesar de lo penetrante de este
análisis cabe preguntar si la contraposición de lo significativo y lo falto de
sentido, en la que reposa el sentimiento de la comicidad, puede contribuir en
algo a la fijación del concepto del chiste en tanto en cuanto este último se
halla diferenciado de lo cómico.
También el factor «desconcierto y esclarecimiento»
nos hace penetrar profundamente en la relación del chiste con la comicidad.
Kant dice que constituye una singular cualidad de lo cómico el no podernos
engañar más que por un instante. Heymans (Zeitschr. für Psychologie, XI, 1896)
expone cómo el efecto de un chiste es producido por la sucesión de desconcierto
y esclarecimiento y explica su teoría analizando un excelente chiste que Heine
pone en boca de uno de sus personajes, el agente de lotería Hirsch-Hyacinth,
pobre diablo que se vanagloria de que el poderoso barón de Rotschild, al que ha
tenido que visitar, le ha acogido como a un igual y le ha tratado muy
famillionarmente. En este chiste nos aparece al principio la palabra que lo
constituye simplemente como una defectuosa composición verbal, incomprensible y
misteriosa. Nuestra primera impresión es, pues, la de desconcierto. La
comicidad resultaría del término puesto a la singular formación verbal. Lipps
añade que a este primer estadio del esclarecimiento, en el que comprendemos la
doble significación de la palabra, sigue otro, en el que vemos que la palabra
falta de sentido nos ha asombrado primero y revelado luego su justa
significación. Este segundo esclarecimiento, la comprensión de que todo el
proceso ha sido debido a un término que en el uso corriente del idioma carece
de todo sentido, es lo que hace nacer la comicidad (pág. 95).
Sea cualquiera de estas dos teorías
la que nos parezca más luminosa, el caso es que el punto de vista del
«desconcierto y esclarecimiento» nos proporciona una determinada orientación.
Si el efecto cómico del chiste de Heine, antes expuesto, reposa en la solución
de la palabra aparentemente falta de sentido, quizá debe buscarse el «chiste»
en la formación de tal palabra y en el carácter que presenta.
Fuera de toda conexión con los
puntos de vista antes consignados, aparece otra singularidad del chiste que es
considerada como esencial por todos los autores. «La brevedad es el cuerpo y el
espíritu de todo chiste, y hasta podríamos decir que es lo que precisamente lo
constituye», escribe Juan Pablo (Vorschule der Ästhetik, I, § 45), frase que no
es sino una modificación de la que Shakespeare pone en boca del charlatán
Polonio (Hamlet, acto II, esc. II): «Como la brevedad es el alma del ingenio, y
la prolijidad, su cuerpo y ornato exterior, he de ser muy breve».
Muy importante es la descripción que
de la brevedad del chiste hace Lipps (pág. 10): «El chiste dice lo que ha de
decir; no siempre en pocas palabras, pero sí en menos de las necesarias; esto
es, en palabras que conforme a una estricta lógica o a la corriente manera de
pensar y expresarse no son las suficientes. Por último, puede también decir
todo lo que se propone silenciándolo totalmente».
Ya en la yuxtaposición del chiste y
la caricatura se nos hizo ver «que el chiste tiene que hacer surgir algo oculto
o escondido» (K. Fischer, pág. 51). Hago resaltar aquí nuevamente esta
determinante por referirse más a la esencia del chiste que a su pertenencia a
la comicidad.
Sé muy bien que con las fragmentarias
citas anteriores, extraídas de los trabajos de investigación del chiste, no se
puede dar una idea de la importancia de los mismos ni de los altos
merecimientos de sus autores. A consecuencia de las dificultades que se oponen
a una exposición, libre de erróneas interpretaciones, de pensamientos tan
complicados y sutiles, no puedo ahorrar a aquellos que quieran conocerlos a
fondo el trabajo de documentarse en las fuentes originales. Mas tampoco me es
posible asegurarles que hallarán en ellas una total satisfacción de su
curiosidad. Las cualidades y caracteres que al chiste atribuyen los autores
antes citados -la actividad, la relación con el contenido de nuestro
pensamiento, el carácter de juicio juguetón, el apareamiento de lo heterogéneo,
el contraste de representaciones, el «sentido en lo desatinado», la sucesión de
asombro y esclarecimiento, el descubrimiento de lo escondido y la peculiar
brevedad del chiste- nos parecen a primera vista tan verdaderos y tan
fácilmente demostrables por medio del examen de ejemplos, que no corremos
peligro de negar la estimación debida a tales concepciones; pero son éstas
disjecta membra las que desearíamos ver reunidas en una totalidad orgánica. No
aportan, en realidad, más material para el conocimiento del chiste que lo que
aportaría una serie de anécdotas a la característica de una personalidad cuya
biografía quisiéramos conocer.
Fáltanos totalmente el conocimiento
de la natural conexión de las determinantes aisladas y de la relación que la
brevedad del chiste pueda tener con su carácter de juicio juguetón. Tampoco
sabemos si el chiste debe, para serlo realmente, llenar todas las condiciones
expuestas o sólo algunas de ellas, y en este caso cuáles son las
imprescindibles y cuáles las que pueden ser sustituidas por otras. Desearíamos,
por último, obtener una agrupación y una división de los chistes en función de
las cualidades señaladas. La clasificación hecha hasta ahora se basa, por un
lado, en lo medios técnicos, y por otro, en el empleo del chiste en el discurso
oral (chiste por efecto del sonido, juego de palabras, chiste caricaturizante,
chiste caracterizante, satisfacción chistosa).
No nos costaría, pues, trabajo
alguno indicar sus fines a una más amplia investigación del chiste. Para poder
esperar algún éxito tendríamos que introducir nuevos puntos de vista en nuestra
labor o intentar adentrarnos más en la materia intensificando nuestra atención
y agudizando nuestro interés. Podemos, por lo menos, proponernos no
desaprovechar este último medio. Es singular la escasísima cantidad de ejemplos
reconocidamente chistosos que los investigadores han considerado suficientes
para su labor, y es asimismo un poco extraño que todos hayan tomado como base
de su trabajo los mismos chistes utilizados por sus antecesores. No queremos
nosotros tampoco sustraernos a la obligación de analizar los mismos ejemplos de
que se han servido los clásicos de la investigación de estos problemas, pero sí
nos proponemos aportar, además, nuevo material para conseguir una más amplia
base en que fundamentar nuestras conclusiones. Naturalmente, tomaremos como
objeto de nuestra investigación aquellos chistes que nos han hecho mayor
impresión y provocado más intensamente nuestra hilaridad.
No creo pueda dudarse de que el tema
del chiste sea merecedor de tales esfuerzos. Prescindiendo de los motivos
personales que me impulsan a investigar el problema del chiste y que ya se irán
revelando en el curso de este estudio, puedo alegar el hecho innegable de la
íntima conexión de todos los sucesos anímicos, conexión merced a la cual un
descubrimiento realizado en un dominio psíquico cualquiera adquiere, con
relación a otro diferente dominio, un valor extraordinariamente mayor que el
que en un principio nos pareció poseer aplicado al lugar en que se nos reveló.
Débese también tener en cuenta el singular y casi fascinador encanto que el
chiste posee en nuestra sociedad. Un nuevo chiste se considera casi como un
acontecimiento de interés general y pasa de boca en boca como la noticia de una
recientísima victoria. Hasta importantes personalidades que juzgan digno de
comunicar a los demás cómo han llegado a ser lo que son, qué ciudades y países
han visto y con qué otros hombres de relieve han tratado, no desdeñan tampoco
acoger en su biografía tales o cuáles excelentes chistes que han oído.
«Sigmund Freud:
Obras Completas», en «Freud total» 1.0 (versión electrónica)