En el artículo anterior
hablamos de la neurosis desde un punto de vista interno o subjetivo, es
decir, sólo en referencia a los problemas y actitudes del sujeto mismo, al
margen de su entorno socio-familiar presente o pasado. Dicho enfoque
subjetivista es el más frecuente en los escritos psicológicos, y el más
practicado en la psicoterapia actual. No obstante, en otros artículos hemos hablado también de
la neurosis desde un punto de vista externo o social, es decir, refiriéndonos
a la implicación de la familia, la sociedad y las instituciones en la génesis
y mantenimiento de los trastornos neuróticos. En esta ocasión, argumentaremos
brevemente el papel absolutamente determinante de la familia
en este problema.
El psicoanálisis, y la más
elemental y desprejuiciada observación de los trastornos neuróticos, nos
revela de inmediato que la mayoría de éstos no son sino la manifestación de
determinadas heridas y conflictos conscientes o inconscientes que, a su vez,
son el fruto de un determinado grado de maltrato en la infancia. Dicho maltrato no
hay que entenderlo exclusivamente en sentido físico, sino de un modo mucho
más amplio, profundo y sutil. Psicodinámicamente hablando, es
maltrato cualquier tipo y grado de
frustración de las necesidades intrínsecas del niño. Las
cuales podemos resumir del siguiente modo:
- necesidades de seguridad (protección y cuidados
físicos y emocionales)
- necesidades de afecto (cariño, empatía, contacto
físico y psíquico)
- necesidades de respeto (a los sentimientos,
espontaneidad y forma de ser del niño/a)
Tales actitudes indispensables por
parte de la familia y cuidadores del niño deben ser, obviamente, sinceras -y no aparentes- tanto a nivel
consciente como inconsciente; y han de ser invariables,
o sea, sin interrupciones ni altibajos. Cuanto más prematuramente, más intensamente
o durante más largo tiempo se aleje la crianza de un niño/a de estas
actitudes básicas, tantos más microtraumas o grandes heridas acumulará a lo
largo de su infancia, y más síntomas neuróticos comenzará a desarrollar,
generalmente a partir de la adolescencia.
Tal como resumió magníficamente
Alice Miller , podemos observar una típica
sucesión de fases en la génesis de los trastornos neuróticos:
- el niño/a recibe una serie de daños
(desamor, agresiones, desprecios, carencias, miedos, pérdidas, etc.)
entre los 0 y los 13 años.
- el niño/a reprime (es decir, se
"traga") instintiva e inadvertidamente sus emociones al
respecto (dolor, ira, odio, pánico, etc.) para no perder el supuesto
amor de su familia, cuyos errores minimiza o ni siquiera percibe (la
idealiza).
- el niño/a, a medida que crece, va olvidando
la mayor parte de su nocivo pasado (tal como se olvidan los sueños), del
que sólo quedan, como islotes, algunos recuerdos. Pero dichos recuerdos
son sólo imágenes frías desprovistas de sus afectos asociados,
que permanecen reprimidos.
- a partir de la adolescencia, o tras algún
suceso desencadenante en la edad adulta (frustraciones, divorcio, muerte
de un familiar, nacimiento de un hijo, etc.), el sujeto comienza
a mostrar extraños síntomas neuróticos (inseguridades, ansiedades,
fobias, obsesiones, agresividad, depresión, adicciones, etc.).
- como el pasado ya está lejos y olvidado,
nadie entiende nada. Los padres son ahora unos ancianos
"inofensivos" e "inocentes" que activan el
sentimiento de culpa y el forzado -y por ello falso y prematuro-
"perdón" de su hijo/a maltratado/a. Comienza así el calvario
de la psiquiatría y las malas psicoterapias basadas en "culpar al
enfermo", que encubrirán aún más -ahora con argumentos
pseudocientíficos - las causas biográficas del
drama interior del neurótico.
Debemos señalar que la
incuestionable responsabilidad de la familia en la formación de hijos
neuróticos no solamente es ignorado por aquélla , sino también por algunos
profesionales de la salud mental, que están sujetos a diversos intereses
sociales e ideológicos y, además, ellos mismos tampoco han concienciado y
resuelto sus propios dramas familiares. De este modo, las
responsabilidades parentales quedan siempre en la sombra (excepto en los
casos más graves), sin que la mayoría de psicoterapias vigentes quieran
ocuparse del problema.
Es cierto que el enfoque
convencional, subjetivista, de la neurosis es indispensable desde el punto de
vista terapéutico. Pero para comprender y curar a fondo aquélla y, sobre
todo, para prevenirla, es también inexcusable -y socialmente urgente- completar
dicho enfoque con una visión más amplia, sociofamiliar, que sepa reconocer
sin miedo elverdadero papel de todas y cada una de las personas
involucradas en la génesis y perduración del drama neurótico. Mientras no lo
hagamos así, nos convertimos sin quererlo ni saberlo en cómplices y
encubridores de dicho drama.
No podemos, por ejemplo, seguir
aferrándonos a la idea superficial de que la biología, los pensamientos y los
aprendizajes determinan la felicidad -lo que sólo es cierto en parte-.
Debemos asumir, además, que la personalidad, los comportamientos, la salud
psicológica están también poderosísimamente condicionados
por la clase de trato psicofísico recibido por el sujeto a lo largo de sus
largos años de crianza. Según nos trataron, así somos y actuamos,
a veces de modos terriblemente compulsivos. Y quienes nos trataron -bien o
mal- no son personas desconocidas, sino nuestros propios padres, hermanos,
abuelos, parientes, profesores, amigos, etc., que a menudo siguen ejerciendo
su nociva influencia sobre el neurótico hasta el fin de sus días. Si la
sociedad se empeña en ocultar al neurótico los verdaderos autores
inconscientes de su mal -es decir, los encubre y absuelve, cosa que no hace,
por otra parte, con los maltratadores de mujeres, violadores, etc.-, ¿qué
entendemos exactamente por "curación"?
Psicodinámicamente, la curación
del neurótico exige recorrer el camino inverso al que causó el problema, es
decir, descubrir las emociones ocultas que subyacen a los síntomas,
asociarlas a sus verdaderas causas (los maltratos y conflictos familiares, el
desamor, etc.) y, reviviéndolas en el presente con coraje y sin culpa (no
sirve su mero conocimiento intelectual), superarlas poco a poco con la ayuda
del terapeuta. Esto implica un largo proceso de autoconocimiento, duelo y
liberación que ayudará al sujeto a madurar, asumir el presente y superar
definitivamente el pasado. Sólo entonces, no siendo ya necesarios, la mayoría
de sus síntomas desaparecerán por sí mismos y el auténtico perdón
sobrevendrá espontáneamente.
En conclusión, así como el
neurótico es, en esencia y tal como vimos en el artículo anterior, un niño
bloqueado que se resiste a crecer, jamás debemos olvidar que también es
una víctima, un niño maltratado que desconoce sus heridas y
a sus verdugos (de hecho, como en
el "síndrome de Estocolmo", está profundamente apegado a aquéllos).
Ambas visiones, absolutamente complementarias, deberían formar parte de
cualquier psicoterapia eficaz y humanista.
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