Entusiasmada por mi trabajo, aprendo con rapidez nuevas ideas y conceptos; me gusta desarrollar soluciones creativas e innovadoras.
Soy una mujer emprendedora que disfruta los retos, gusto del estudio, autodidacta por naturaleza,responsable, dinámica, con aspiraciones, deseos de superación y metas basadas en el logro de objetivos. Pongo especial atención en los detalles.

lunes, 24 de abril de 2017

Los mecanismos de defensa son procedimientos que el yo pone en marcha para evitar la realización de impulsos internos o protegerse de estímulos externos que siente como amenaza. El psicoanálisis, y en general las escuelas dinámicas de psicología, entienden la estructura psíquica como un sistema de fuerzas, equilibradas, en parte, por los mecanismos de defensa.
La instancia yoica (del yo) necesita realizar un trabajo permanente para mantener el control sobre el conjunto del aparato psíquico y su capacidad de acción. Con ese fin, las defensas actúan sobre los impulsos instintivos de naturaleza inconsciente procedentes del ello, modificándolos, así como sobre los afectos displacientes resultantes del contacto con el mundo exterior.
Las defensas se suelen dividir en: defensas exitosas, que consiguen el cese del impulso o afecto que se rechaza, y defensas ineficaces, que obligan a una repetición o perpetuación del proceso. En realidad, la línea de demarcación entre unas y otras es muy sutil. Mientras que en las primeras el impulso inconsciente es modificado por la acción del yo, en las segundas dicho impulso irrumpe bajo una forma deformada contra la voluntad del yo, por el cual no es reconocido.  Las defensas patógenas constituyen la base de las neurosis. Sin embargo, conviene precisar que entre los mecanismos de defensa propios de un yo sano y los síntomas reactivos del neurótico no existe una separación tajante.

Las defensas exitosas reciben el nombre genérico de sublimaciones y abarcan diversas fórmulas en las que, bajo la influencia del yo, el fin o el objeto del impulso se modifican sin producir por ello un bloqueo de la descarga impulsiva. En la sublimación el impulso originario desaparece porque pierde su energía en beneficio de la carga o catexis de su sustituto.

Por el contrario, en las defensas denominadas patógenas, la libido del impulso originario sólo puede ser mantenida a raya mediante una carga opuesta o contracatexis. En consecuencia, los instintos rechazados no se transforman en algo diferente, sino que su descarga es bloqueada, con lo que se mantienen en el inconsciente inalterados y desconectados del resto de la personalidad. Entre tales mecanismos de defensa cabe incluir la negación, la proyección, la introyección, la represión, la formación reactiva, la anulación, el aislamiento y la regresión.
La negación designa la tendencia a desconocer las realidades displacientes en virtud de la vigencia del principio del placer. Dicha tendencia encuentra como adversarios naturales las funciones normales de la percepción y la memoria. Un ejemplo común son las afirmaciones tajantes del neurótico previniendo de antemano sobre lo que ‘no’ significa determinado síntoma.
La proyección constituye un derivado de la primera negación infantil, la que consiste en ‘escupir’ —poniendo distancia entre la fuente de displacer y el yo. En la proyección, el impulso censurable, en lugar de ser percibido en el propio yo, es atribuido a otra persona. También las amenazas que se perciben en el interior se transforman imaginariamente en peligros de naturaleza externa. De manera inversa, la introyección consiste en la incorporación de algo exterior como si perteneciera al yo.
Para la teoría freudiana la represión constituye el mecanismo clave de la estructura psíquica. Designa el olvido o la supresión de las representaciones ideacionales de impulsos internos o hechos externos asociados de modo simbólico a exigencias instintivas censurables. Cabe destacar que, debido a los mecanismos asociativos inconscientes, el objeto de la censura represiva lo constituyen no sólo los impulsos indeseados, sino todo elemento psíquico susceptible de convertirse en una alusión a los mismos (represión secundaria). 
Un ejemplo típico es el olvido tendencioso de un nombre o una intención. Para el paciente, excluir de la conciencia tales datos tiene el propósito de aminorar sus efectos reales, así como el dolor que supondría darse cuenta de ellos. No obstante, lo reprimido continúa en vigor, manteniendo su acción desde el inconsciente. Esto da origen a conflictos siempre que aparezcan experiencias nuevas que posean alguna vinculación con lo reprimido, generando, por un lado, ideas y sentimientos de carácter compensatorio a los que el neurótico se aferra con obsesión (recuerdos encubridores), o lagunas en la memoria por efecto de la represión. Como ésta sólo es posible mediante continuas contracatexis, disminuye las energías del sujeto para cualquier otra actividad; el neurótico consume sus fuerzas en mantener sus represiones (fatiga neurótica).
La formación reactiva designa ciertas actitudes constreñidas y rígidas que dominan el conjunto de la personalidad y que aparecen en oposición a impulsos contrarios cuya realización tratan de evitar. Como ejemplo, el afán compulsivo de limpieza y orden, cuya índole reactiva se delata tanto por su obsesividad como por la ocasional irrupción de episodios opuestos de desorden y suciedad. En cuanto a la anulación, son acciones que conjuran real o simbólicamente un acto anterior, como en los síntomas que figuran una expiación. En el mecanismo del aislamiento, el sujeto no ha olvidado sus traumas patógenos, pero ha perdido la huella de sus conexiones con el conjunto de la personalidad y su significado emocional. Finalmente, la regresión y la fijación hacen referencia a la tendencia a retornar a fases del desarrollo psicosexual en apariencia superadas.

Aunque el descubrimiento de los mecanismos de defensa se debió a los trabajos seminales de Sigmund Freud, la tematización clásica de los mismos tiene su mayor desarrollo en autores como Otto Fenichel, Anna Freud y los llamados ‘psicoanalistas del yo’. Hay que insistir en que distintas escuelas de psicoanálisis hacen valoraciones dispares en cuanto al grado de salud o patología implicado por el uso de estos mecanismos, que son comunes a todos los individuos.


jueves, 13 de abril de 2017

El descubrimiento de la vida psíquica inconsciente y la elaboración de un método exploratorio de la misma, principales aportaciones de la psicología psicoanalítica, han revolucionado no sólo la psiquiatría sino también todas las ramas de las llamadas ciencias del hombre. Estos descubrimientos han producido hasta ahora resultados sorprendentes en los dominios de la tecnología, de la pedagogía y de la psicología de la creación y del placer artístico. La Asociación Psicoanalítica Internacional y su grupo local se esfuerzan desde l908 en hacer el nuevo método de investigación y de búsqueda psicológica -en un principio procedimiento exclusivamente médico- accesible a todos los que intentan aplicar la ciencia de Freud al vasto campo de la teoría y de la práctica.
Nadie hasta ahora ha intentado reconsiderar la sociología a la luz del psicoanálisis; los últimos trabajos aparecidos sobre el tema son ensayos fragmentarios u obras muy generales. A mi parecer es urgente que personas competentes se apliquen a esta labor.
Pero no tenemos derecho a esperar que esta nueva ciencia sociológica auxiliar se establezca paulatinamente sobre su base y sea luego elaborada de forma completa. Es preciso incluir de entrada en el programa la investigación susceptible de llegar a resultados prácticos importantes. Considero que la elaboración de una criminología psicoanalítica es una de estas tareas.
En el plano teórico, la criminología actual atribuye los crímenes a la influencia de la herencia y del ambiente, y en el plano práctico, para impedirlos, propone la introducción de reformas eugenésicas, pedagógicas y económicas. Este programa está todavía en sus orígenes y teóricamente agota todas las posibilidades, pero a nivel práctico es superficial y se halla en contradicción precisamente con el determinismo tan frecuentemente aireado, en la medida en que olvida por completo los factores más importantes que determinan el crimen: las tendencias de la vida psíquica inconsciente y sus orígenes, así como las medidas defensivas que se les oponen.
Los relatos cabales de los criminales y la determinación de las circunstancias del crimen, por profundos que sean, no explicarán jamás de manera satisfactoria por qué tal individuo concreto debía, en una situación determinada, cometer tal acto. A menudo las circunstancias externas apenas lo justifican; y el culpable -si es sincero- debe reconocer que a fin de cuentas ni él mismo sabe lo que le impulsó a realizar la acción; pero muy a menudo no es sincero ni siquiera consigo mismo y sólo después busca y encuentra una explicación a su comportamiento incomprensible en el fondo y aparentemente injustificado desde el punto de vista psicológico; dicho de otro modo, racionaliza lo que es irracional.
En mi condición de médico psicoanalista he tenido ocasión de analizar la vida psíquica de algunos neuróticos que, además de los restantes síntomas (histéricos u obsesivos), sufrían también tendencias o impulsos criminales. En gran número de casos, las tendencias de estos sujetos a la violencia, al robo, a la estafa o al incendio pudieron ser atribuidas a móviles psíquicos inconscientes y ser atenuadas, incluso totalmente neutralizadas, precisamente mediante la cura psicoanalítica.
Estos resultados me llevaron a formular la idea de someter los crímenes a una investigación psicoanalítica profunda, no sólo en su calidad de subproductos de enfermedades neuróticas, sino por sí mismo; dicho de otro modo, poniendo el psicoanálisis al servicio de la psicología criminal, haría falta crear el crímino-psicoanálisis.
La realización de este plan no debería tropezar con obstáculos insuperables. Habría que comenzar reuniendo un material crimino-psicoanalítico abundante. He aquí cómo imagino la situación: un psicoanalista cualificado iría a visitar en las cárceles a los criminales legalmente condenados que hubieran dado su consentimiento, y los sometería a un psicoanálisis metódico.
Un tal sujeto no tendría razón alguna para rehusar comunicar todos sus pensamientos y asociaciones, los cuales permitirían descubrir los móviles inconscientes de sus actos y de sus tendencias. Y una vez que hubiera vivido esta experiencia, la relación emocional con el analista, es decir, lo que llamamos la transferencia, le haría desear y apreciar que se ocuparan de él de esta manera.
El estudio científico de los datos psicoanalíticos relativos a una misma categoría de crímenes y proporcionados por distintos individuos permitirá a continuación colmar, con ayuda de un material científico sólido, las brechas abiertas del determinismo criminal.
Este sería el resultado teórico de la empresa. Pero incluso en el plano práctico este trabajo nos abre un buen número de perspectivas. Sin hablar de que sólo una psicología criminal auténtica permitirá hallar los medios para una profilaxis pedagógica del crinen, tengo la convicción de que el tratamiento analítico de los criminales convictos y confesos presenta ya por sí mismo bastantes posibilidades de éxito, en todo caso muchas más que el rigor bárbaro de los guardianes o la mojigatería de los capellanes de prisión.
La posibilidad de un tratamiento psicoanalítico, es decir, de una reeducación de los criminales, nos abre vastas perspectivas.
Son muchos los que justifican el castigo por la necesidad de “restablecer el orden perturbado”, otros cuentan con el efecto disuasivo del castigo para ejercer una acción benéfica sobre la profilaxis de los crímenes; pero en realidad es fácil descubrir en los métodos penales actuales elementos puramente libidinosos, destinados a satisfacer el sadismo de los impulsos represivos.

La orientación y el método terapéutico psicoanalíticos podrían eliminar estos elementos nocivos inherentes al deseo de castigar y facilitar así al mismo tiempo la renovación psíquica de los criminales y su adaptación al orden social.

            TODO aquel que haya buceado en las obras de Estética y de Psicología a la rebusca de una aclaración sobre la esencia y las relaciones del chiste, habrá de confesar que la investigación filosófica no ha concedido al mismo hasta el momento toda aquella atención a que se hace acreedor por el importante papel que en nuestra vida anímica desempeña. Sólo una escasísima minoría de pensadores se ha ocupado seriamente de los problemas que a él se refieren. Cierto es que entre los investigadores del chiste hallamos los brillantes nombres del poeta Jean Paul (Richter) y de los filósofos Th. Vischer, Kuno Fischer y Th. Lipps; mas también todos estos autores relegan a un segundo término el tema del chiste y dirigen su interés principal a la investigación del problema de lo cómico, más amplio y atractivo.

            La literatura existente sobre esta materia nos produce al principio la impresión de que no es posible tratar del chiste sino en conexión con el tema de lo cómico.
            Según Th. Lipps (Komik und Humor 1898), el chiste es «la comicidad privativamente subjetiva»; esto es, aquella comicidad «que nosotros hacemos surgir, que reside en nuestros actos como tales, y con respecto a la cual nuestra posición es la del sujeto que se halla por encima de ella y nunca la de objeto, ni siquiera voluntario» (pág. 80).La siguiente observación aclara un tanto estos conceptos; se denomina chiste «todo aquello que hábil y conscientemente hace surgir la comicidad, sea de la idea o de la situación» (pág. 78).

            K. Fischer explica la relación del chiste con lo cómico por medio de la caricatura, a la que sitúa entre ambos (Über den Witz, 1889). Lo feo, en cualquiera de sus manifestaciones, es objeto de la comicidad.«Dondequiera que se halle escondido, es descubierto a la luz de la observación cómica, y cuando no es visible o lo es apenas, queda forzado a manifestarse o precisarse, hasta surgir clara y francamente a la luz del día… De este modo nace la caricatura» (pág. 45). «No todo nuestro mundo espiritual, el reino intelectual de nuestros pensamientos y representaciones, se desarrolla ante la mirada de la observación exterior ni se deja representar inmediatamente de una manera plástica y visible. También él contiene sus estancamientos, fallos y defectos, así como un rico acervo de ridículo y de contrastes cómicos. Para hacer resaltar todo esto y someterlo a la observación estética será necesaria una fuerza que sea capaz no sólo de representar inmediatamente objetos, sino también de arrojar luz sobre tales representaciones, precisándolas; esto es, una fuerza que ilumine y aclare las ideas. Tal fuerza es únicamente el juicio. El juicio generador del contraste cómico es el chiste, que ha intervenido ya calladamente en la caricatura, pero que sólo en el juicio alcanza su forma característica y un libre campo en que desarrollarse» (pág. 49).

            Como puede verse, para Lipps es la actividad, la conducta activa del sujeto, el carácter que distingue al chiste dentro de lo cómico, mientras que Fischer caracteriza el chiste por la relación a su objeto, debiendo considerarse como tal todo lo feo que en nuestro mundo intelectual se oculta. La verdad de estas definiciones escapa a toda comprobación, y ellas mismas resultan casi ininteligibles, considerándolas, como aquí lo hacemos, aisladas del contexto al que pertenecen. Será, pues, preciso estudiar en su totalidad la exposición que de lo cómico hacen estos autores para hallar en ella lo referente al chiste. No obstante, podrá observarse que en determinados lugares de su obra saben también estos investigadores indicar caracteres generales y esenciales del chiste, sin tener para nada en cuenta su relación con lo cómico.

            Entre todos los intentos que K. Fischer hace de fijar el concepto del chiste, el que más le satisface es el siguiente: «El chiste es un juicio juguetón» (pág. 51). Para explicar esta definición nos recuerda el autor su teoría de que «la libertad estética consiste en la observación juguetona de las cosas» (pág. 50). En otro lugar  (pág. 20) caracteriza Fischer la conducta estética ante un objeto por la condición de que no demandamos nada de él; no le pedimos, sobre todo, una satisfacción de nuestras necesidades, sino que nos contentamos con el goce que nos proporciona su contemplación. En oposición al trabajo, la conducta estética no es sino un juego. «Podría ser que de la libertad estética surgiese un juicio de peculiar naturaleza, desligado de las generales condiciones de limitación y orientación, al que por su origen llamaremos `juicio juguetón'». En este concepto se hallaría contenida la condición primera para la solución de nuestro problema, o quizá dicha solución misma. «La libertad produce el chiste, y el chiste es un simple juego con ideas» (pág. 24).

            Se ha definido con preferencia el chiste diciendo que es la habilidad de hallar analogías entre lo desparejo; esto es, analogías ocultas. Juan Pablo expresó chistosamente este mismo pensamiento: «El chiste -escribe- es el cura disfrazado que desposa a toda pareja», frase que continuó Th. Vischer, añadiendo: «Y con preferencia a aquellas cuyo matrimonio no quieren tolerar sus familias». Mas al mismo tiempo objeta Vischer que existen chistes en los que no aparece la menor huella de comparación, o sea de hallazgo de una analogía. Por tanto, define el chiste, separándose de la teoría de Juan Pablo, como la habilidad de ligar con sorprendente rapidez, y formando una unidad, varias representaciones, que por su valor intrínseco y por el nexo a que pertenecen son totalmente extrañas unas a otras. K. Fischer observa que en una gran cantidad de juicios curiosos no hallamos analogías, sino, por el contrario, diferencias, y Lipps, a su vez, hace resaltar el hecho de que todas estas definiciones se refieren a la cualidad propia del sujeto chistoso; pero no al chiste mismo, fruto de dicha cualidad.

            Otros puntos de vista, relacionados entre sí en cierto sentido, y que han sido adoptados en la definición o descripción del chiste, son los del contraste de representaciones, del «sentido en lo desatinado» y del «desconcierto y esclarecimiento».
            Varias definiciones establecen como factor principal el contraste de representaciones. Así, Kraepelin considera el chiste como la «caprichosa conexión o ligadura, conseguida generalmente por asociación verbal, de dos representaciones que contrastan entre sí de un modo cualquiera». Para un crítico como Lipps no resulta nada difícil demostrar la grave insuficiencia de tal fórmula; pero tampoco él excluye el factor contraste, sino que se limita a situarlo, por desplazamiento, en un lugar distinto. «El contraste continúa existiendo; pero no es un contraste determinado de las representaciones ligadas por medio de la expresión oral, sino contraste o contradicción de la significación y falta de significación de las palabras» (pág. 87). Con varios ejemplos aclara Lipps el sentido de la última parte de su definición: «Nace un contraste cuando concedemos… a sus palabras un significado que, sin embargo, vemos que es imposible concederles».

            En el desarrollo de está última determinante aparece la antítesis de «sentido y desatino». Lo que en un momento hemos aceptado como sensato se nos muestra inmediatamente falto de todo sentido. Tal es la esencia, en este caso, del proceso cómico (págs. 85 y siguientes). «Un dicho nos parece chistoso cuando le atribuimos una significación con necesidad psicológica y en el acto de atribuírsela tenemos que negársela. El concepto de tal significación puede fijarse de diversos modos. Prestamos a un dicho un sentido y sabemos que lógicamente no puede corresponderle. Encontramos en él una verdad, que luego, ciñéndonos a las leyes de la experiencia o a los hábitos generales de nuestro pensamiento, nos es imposible reconocer en él. Le concedemos una consecuencia lógica o práctica que sobrepasa su verdadero contenido, y negamos enseguida tal consecuencia en cuanto examinamos la constitución del dicho en sí. El proceso psicológico que el dicho chistoso provoca en nosotros y en el que reposa el sentimiento de la comicidad consiste siempre en el inmediato paso de los actos de prestar un sentido, tener por verdadero o conceder una consecuencia a la consciencia o impresión de una relativa nulidad».

            A pesar de lo penetrante de este análisis cabe preguntar si la contraposición de lo significativo y lo falto de sentido, en la que reposa el sentimiento de la comicidad, puede contribuir en algo a la fijación del concepto del chiste en tanto en cuanto este último se halla diferenciado de lo cómico.
            También el factor «desconcierto y esclarecimiento» nos hace penetrar profundamente en la relación del chiste con la comicidad. Kant dice que constituye una singular cualidad de lo cómico el no podernos engañar más que por un instante. Heymans (Zeitschr. für Psychologie, XI, 1896) expone cómo el efecto de un chiste es producido por la sucesión de desconcierto y esclarecimiento y explica su teoría analizando un excelente chiste que Heine pone en boca de uno de sus personajes, el agente de lotería Hirsch-Hyacinth, pobre diablo que se vanagloria de que el poderoso barón de Rotschild, al que ha tenido que visitar, le ha acogido como a un igual y le ha tratado muy famillionarmente. En este chiste nos aparece al principio la palabra que lo constituye simplemente como una defectuosa composición verbal, incomprensible y misteriosa. Nuestra primera impresión es, pues, la de desconcierto. La comicidad resultaría del término puesto a la singular formación verbal. Lipps añade que a este primer estadio del esclarecimiento, en el que comprendemos la doble significación de la palabra, sigue otro, en el que vemos que la palabra falta de sentido nos ha asombrado primero y revelado luego su justa significación. Este segundo esclarecimiento, la comprensión de que todo el proceso ha sido debido a un término que en el uso corriente del idioma carece de todo sentido, es lo que hace nacer la comicidad (pág. 95).

            Sea cualquiera de estas dos teorías la que nos parezca más luminosa, el caso es que el punto de vista del «desconcierto y esclarecimiento» nos proporciona una determinada orientación. Si el efecto cómico del chiste de Heine, antes expuesto, reposa en la solución de la palabra aparentemente falta de sentido, quizá debe buscarse el «chiste» en la formación de tal palabra y en el carácter que presenta.
            Fuera de toda conexión con los puntos de vista antes consignados, aparece otra singularidad del chiste que es considerada como esencial por todos los autores. «La brevedad es el cuerpo y el espíritu de todo chiste, y hasta podríamos decir que es lo que precisamente lo constituye», escribe Juan Pablo (Vorschule der Ästhetik, I, § 45), frase que no es sino una modificación de la que Shakespeare pone en boca del charlatán Polonio (Hamlet, acto II, esc. II): «Como la brevedad es el alma del ingenio, y la prolijidad, su cuerpo y ornato exterior, he de ser muy breve».

            Muy importante es la descripción que de la brevedad del chiste hace Lipps (pág. 10): «El chiste dice lo que ha de decir; no siempre en pocas palabras, pero sí en menos de las necesarias; esto es, en palabras que conforme a una estricta lógica o a la corriente manera de pensar y expresarse no son las suficientes. Por último, puede también decir todo lo que se propone silenciándolo totalmente».
            Ya en la yuxtaposición del chiste y la caricatura se nos hizo ver «que el chiste tiene que hacer surgir algo oculto o escondido» (K. Fischer, pág. 51). Hago resaltar aquí nuevamente esta determinante por referirse más a la esencia del chiste que a su pertenencia a la comicidad.





        Sé muy bien que con las fragmentarias citas anteriores, extraídas de los trabajos de investigación del chiste, no se puede dar una idea de la importancia de los mismos ni de los altos merecimientos de sus autores. A consecuencia de las dificultades que se oponen a una exposición, libre de erróneas interpretaciones, de pensamientos tan complicados y sutiles, no puedo ahorrar a aquellos que quieran conocerlos a fondo el trabajo de documentarse en las fuentes originales. Mas tampoco me es posible asegurarles que hallarán en ellas una total satisfacción de su curiosidad. Las cualidades y caracteres que al chiste atribuyen los autores antes citados -la actividad, la relación con el contenido de nuestro pensamiento, el carácter de juicio juguetón, el apareamiento de lo heterogéneo, el contraste de representaciones, el «sentido en lo desatinado», la sucesión de asombro y esclarecimiento, el descubrimiento de lo escondido y la peculiar brevedad del chiste- nos parecen a primera vista tan verdaderos y tan fácilmente demostrables por medio del examen de ejemplos, que no corremos peligro de negar la estimación debida a tales concepciones; pero son éstas disjecta membra las que desearíamos ver reunidas en una totalidad orgánica. No aportan, en realidad, más material para el conocimiento del chiste que lo que aportaría una serie de anécdotas a la característica de una personalidad cuya biografía quisiéramos conocer.

            Fáltanos totalmente el conocimiento de la natural conexión de las determinantes aisladas y de la relación que la brevedad del chiste pueda tener con su carácter de juicio juguetón. Tampoco sabemos si el chiste debe, para serlo realmente, llenar todas las condiciones expuestas o sólo algunas de ellas, y en este caso cuáles son las imprescindibles y cuáles las que pueden ser sustituidas por otras. Desearíamos, por último, obtener una agrupación y una división de los chistes en función de las cualidades señaladas. La clasificación hecha hasta ahora se basa, por un lado, en lo medios técnicos, y por otro, en el empleo del chiste en el discurso oral (chiste por efecto del sonido, juego de palabras, chiste caricaturizante, chiste caracterizante, satisfacción chistosa).

            No nos costaría, pues, trabajo alguno indicar sus fines a una más amplia investigación del chiste. Para poder esperar algún éxito tendríamos que introducir nuevos puntos de vista en nuestra labor o intentar adentrarnos más en la materia intensificando nuestra atención y agudizando nuestro interés. Podemos, por lo menos, proponernos no desaprovechar este último medio. Es singular la escasísima cantidad de ejemplos reconocidamente chistosos que los investigadores han considerado suficientes para su labor, y es asimismo un poco extraño que todos hayan tomado como base de su trabajo los mismos chistes utilizados por sus antecesores. No queremos nosotros tampoco sustraernos a la obligación de analizar los mismos ejemplos de que se han servido los clásicos de la investigación de estos problemas, pero sí nos proponemos aportar, además, nuevo material para conseguir una más amplia base en que fundamentar nuestras conclusiones. Naturalmente, tomaremos como objeto de nuestra investigación aquellos chistes que nos han hecho mayor impresión y provocado más intensamente nuestra hilaridad.


            No creo pueda dudarse de que el tema del chiste sea merecedor de tales esfuerzos. Prescindiendo de los motivos personales que me impulsan a investigar el problema del chiste y que ya se irán revelando en el curso de este estudio, puedo alegar el hecho innegable de la íntima conexión de todos los sucesos anímicos, conexión merced a la cual un descubrimiento realizado en un dominio psíquico cualquiera adquiere, con relación a otro diferente dominio, un valor extraordinariamente mayor que el que en un principio nos pareció poseer aplicado al lugar en que se nos reveló. Débese también tener en cuenta el singular y casi fascinador encanto que el chiste posee en nuestra sociedad. Un nuevo chiste se considera casi como un acontecimiento de interés general y pasa de boca en boca como la noticia de una recientísima victoria. Hasta importantes personalidades que juzgan digno de comunicar a los demás cómo han llegado a ser lo que son, qué ciudades y países han visto y con qué otros hombres de relieve han tratado, no desdeñan tampoco acoger en su biografía tales o cuáles excelentes chistes que han oído.

«Sigmund Freud: Obras Completas», en «Freud total» 1.0 (versión electrónica)

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El camino no ha sido fácil, pero la experiencia que gané es invaluable. Gracias por todo este tiempo trabajando juntos.