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lunes, 24 de abril de 2017

MECANISMOS DE DEFENSA

Los mecanismos de defensa son procedimientos que el yo pone en marcha para evitar la realización de impulsos internos o protegerse de estímulos externos que siente como amenaza. El psicoanálisis, y en general las escuelas dinámicas de psicología, entienden la estructura psíquica como un sistema de fuerzas, equilibradas, en parte, por los mecanismos de defensa.
La instancia yoica (del yo) necesita realizar un trabajo permanente para mantener el control sobre el conjunto del aparato psíquico y su capacidad de acción. Con ese fin, las defensas actúan sobre los impulsos instintivos de naturaleza inconsciente procedentes del ello, modificándolos, así como sobre los afectos displacientes resultantes del contacto con el mundo exterior.
Las defensas se suelen dividir en: defensas exitosas, que consiguen el cese del impulso o afecto que se rechaza, y defensas ineficaces, que obligan a una repetición o perpetuación del proceso. En realidad, la línea de demarcación entre unas y otras es muy sutil. Mientras que en las primeras el impulso inconsciente es modificado por la acción del yo, en las segundas dicho impulso irrumpe bajo una forma deformada contra la voluntad del yo, por el cual no es reconocido.  Las defensas patógenas constituyen la base de las neurosis. Sin embargo, conviene precisar que entre los mecanismos de defensa propios de un yo sano y los síntomas reactivos del neurótico no existe una separación tajante.

Las defensas exitosas reciben el nombre genérico de sublimaciones y abarcan diversas fórmulas en las que, bajo la influencia del yo, el fin o el objeto del impulso se modifican sin producir por ello un bloqueo de la descarga impulsiva. En la sublimación el impulso originario desaparece porque pierde su energía en beneficio de la carga o catexis de su sustituto.

Por el contrario, en las defensas denominadas patógenas, la libido del impulso originario sólo puede ser mantenida a raya mediante una carga opuesta o contracatexis. En consecuencia, los instintos rechazados no se transforman en algo diferente, sino que su descarga es bloqueada, con lo que se mantienen en el inconsciente inalterados y desconectados del resto de la personalidad. Entre tales mecanismos de defensa cabe incluir la negación, la proyección, la introyección, la represión, la formación reactiva, la anulación, el aislamiento y la regresión.
La negación designa la tendencia a desconocer las realidades displacientes en virtud de la vigencia del principio del placer. Dicha tendencia encuentra como adversarios naturales las funciones normales de la percepción y la memoria. Un ejemplo común son las afirmaciones tajantes del neurótico previniendo de antemano sobre lo que ‘no’ significa determinado síntoma.
La proyección constituye un derivado de la primera negación infantil, la que consiste en ‘escupir’ —poniendo distancia entre la fuente de displacer y el yo. En la proyección, el impulso censurable, en lugar de ser percibido en el propio yo, es atribuido a otra persona. También las amenazas que se perciben en el interior se transforman imaginariamente en peligros de naturaleza externa. De manera inversa, la introyección consiste en la incorporación de algo exterior como si perteneciera al yo.
Para la teoría freudiana la represión constituye el mecanismo clave de la estructura psíquica. Designa el olvido o la supresión de las representaciones ideacionales de impulsos internos o hechos externos asociados de modo simbólico a exigencias instintivas censurables. Cabe destacar que, debido a los mecanismos asociativos inconscientes, el objeto de la censura represiva lo constituyen no sólo los impulsos indeseados, sino todo elemento psíquico susceptible de convertirse en una alusión a los mismos (represión secundaria). 
Un ejemplo típico es el olvido tendencioso de un nombre o una intención. Para el paciente, excluir de la conciencia tales datos tiene el propósito de aminorar sus efectos reales, así como el dolor que supondría darse cuenta de ellos. No obstante, lo reprimido continúa en vigor, manteniendo su acción desde el inconsciente. Esto da origen a conflictos siempre que aparezcan experiencias nuevas que posean alguna vinculación con lo reprimido, generando, por un lado, ideas y sentimientos de carácter compensatorio a los que el neurótico se aferra con obsesión (recuerdos encubridores), o lagunas en la memoria por efecto de la represión. Como ésta sólo es posible mediante continuas contracatexis, disminuye las energías del sujeto para cualquier otra actividad; el neurótico consume sus fuerzas en mantener sus represiones (fatiga neurótica).
La formación reactiva designa ciertas actitudes constreñidas y rígidas que dominan el conjunto de la personalidad y que aparecen en oposición a impulsos contrarios cuya realización tratan de evitar. Como ejemplo, el afán compulsivo de limpieza y orden, cuya índole reactiva se delata tanto por su obsesividad como por la ocasional irrupción de episodios opuestos de desorden y suciedad. En cuanto a la anulación, son acciones que conjuran real o simbólicamente un acto anterior, como en los síntomas que figuran una expiación. En el mecanismo del aislamiento, el sujeto no ha olvidado sus traumas patógenos, pero ha perdido la huella de sus conexiones con el conjunto de la personalidad y su significado emocional. Finalmente, la regresión y la fijación hacen referencia a la tendencia a retornar a fases del desarrollo psicosexual en apariencia superadas.

Aunque el descubrimiento de los mecanismos de defensa se debió a los trabajos seminales de Sigmund Freud, la tematización clásica de los mismos tiene su mayor desarrollo en autores como Otto Fenichel, Anna Freud y los llamados ‘psicoanalistas del yo’. Hay que insistir en que distintas escuelas de psicoanálisis hacen valoraciones dispares en cuanto al grado de salud o patología implicado por el uso de estos mecanismos, que son comunes a todos los individuos.


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El camino no ha sido fácil, pero la experiencia que gané es invaluable. Gracias por todo este tiempo trabajando juntos.